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Durante años pensé que el camino espiritual era solo ascendente.


Meditar, disolver el ego, trascender, ganarse el cielo…
 

Ken Wilber llama a esto espiritualidad ascendente:
el impulso a dejar atrás lo relativo y buscar lo absoluto.
 

De darle más importancia al “mas allá” que a lo terrenal.

Pero también existe la otra mitad del viaje.
La espiritualidad descendente:


la que no huye, sino que baja de nuevo.
La que mira a Gaia como un organismo vivo.
La que entiende que cada cosa es parte de un todo mayor.

La de que cada ola que compone el mar también es parte de nosotros.

La de la comunión con el todo.

No te voy a engañar, esta última me resuena más.


***

Hace poco ya te mencioné el concepto de holón.
Esa idea de que todo es a la vez una parte y un todo.
Una célula en un órgano.
Un ser humano en la Tierra.
Gaia en el cosmos.

Pues bien: los holones no están desordenados.


Forman holoarquías (la forma sofisticada de decir jerarquías de holones).

Y aquí es donde viene lo interesante:

Las holoarquías sanas, al mismo tiempo, incluyen y trascienden.

Es decir: lo superior no anula lo inferior,
sino que lo integra, lo necesita, y al mismo tiempo lo supera.

Así, la materia sostiene la vida,
la vida sostiene la mente,
y la mente sostiene la conciencia.

Cada etapa conserva lo anterior como parte de sí,
pero añade una nueva dimensión.
No se trata de eliminar lo viejo,
sino de integrarlo y llevarlo a otro nivel.

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Pero también… existen jerarquías patológicas.
Esas en las que lo de arriba domina y aplasta,
donde el poder sustituye a la integración,
donde la forma se desconecta de la vida.

Por eso,  Wilber afirma que la capa más alta de la holoarquía sana es la espiritualidad.


No como evasión, sino como integración.


La espiritualidad descendente lo recuerda:
Dios no está solo arriba,
está aquí, en la tierra que pisas,
en el cuerpo que habitas,
en la vida que compartes, en lo que piensas, en como ayudas…

Un saludo, 

que dicen que hoy es martes 2 de septiembre
y hay mucho síndrome postvacacional.


(Lo cual, quién sabe… puede ser simplemente un síntoma más
de vivir dentro de una jerarquía patológica. Piénsalo, quién sabe… Yo lo pienso. Por eso te lo cuento).


Fernando A.

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